En días recientes me he visto
embargado por la nostalgia. He recordado muchos sucesos de mi vida, muchas
personas, glorias pasadas.
He desempolvado viejos libros,
pobres, algo olvidados.
He tratado de revivir cada mínimo
detalle, cada gesto, cada risa, cada lagrima, cada yo.
Y llegó el momento cuando como un
remolino se agolpó en mi memoria aquel tiempo en el que me dedicaba a la declamación
y a la recitación.
Todo comenzó por que mi madre
gusta del gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Un día me dijo:
-Hijo, espero algún día pueda
escuchar de tu voz “Los motivos del lobo”.
Al día siguiente comencé a trabajar
en eso, quería darle la sorpresa a mi madre.
En una semana lo memoricé, en
quince días lo sentí, en tres semanas lo hice mío, en un mes se lo recité a mi
madre. En 15 años lo olvidé.
Solo recuerdo lo siguiente:
El barón que tiene corazón de Liz
Alma de querube, lengua celestial
El mínimo y dulce Francisco de
Asís
Esta con un rudo y torvo animal…
Que débil es mi recuerdo por
momentos.
Mis remembranzas son acompañadas
por el Concierto para piano y orquesta Op. 16 del noruego Edvard Grieg, la compañía
perfecta si de recuerdos se trata, intenten.
Creo que esa es la razón que me
lleva a compartir con ustedes, lectores, amantes del genio creador, esta
belleza de Rubén Darío, de nombre “Las siete bastardas de Apolo”.
Reminiscencias, música, belleza,
nostalgia. Hoy es tiempo para el ayer. Sí.
Las siete bastardas de Apolo.
Las siete figuras aparecieron
cerca de mí. Todas vestidas de bellas sedas; sus gestos eran ritmos, y sus
aspectos armoniosos encantaban.
Al hablar, su lenguaje era
musical; y si hubiesen sido nueve, habría creído seguramente que eran las musas
del sagrado Olimpo. Había en ellas mucha luz y melodía, y atraían como un imán
supremo.
Yo me adelanté hacia el grupo mágico,
y dije:
-Por vuestra belleza, por vuestro atractivo, ¿seréis
acaso los siete pecados capitales, o quizá los siete colores del iris, o las
siete virtudes, o las siete estrellas que forman la constelación de la Osa?
-¡No!- me contestó la primera-.
No somos virtudes, ni estrellas, ni colores, ni pecados. Somos siete hijas
bastardas del rey Apolo; siete princesas nacidas en el aire, del seno
misterioso de nuestra madre la Lira.
Y adelantándose me dijo, además:
-Yo soy Do. Para ascender al
trono de mi madre la sublime Reina, hay siete escalones de oro purísimo. Yo
estoy en el primero.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Re. Yo estoy en el
segundo escalon del trono. Mi estatua es mayor que la de mi hermana Do. Pero la
irradiación de nuestros cabellos es la misma.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Mi. Tengo un par de
alas de paloma, y revuelo sobre mis compañeras, desgranando un raudal de oro.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Fa. Me deslizo
entre las cuerdas de las arpas, bajo los arcos de las violas, y hago vibrar los
sonoros pechos de los bajos.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Sol. Yo ocupo un
escalon elevado en el trono de mi madre la Lira. Tengo nombre de astro y resplandezco
ciertamente entre el coro de mis hermanas. Para abrir el secreto del trono en
la puerta de plata y en la puerta de oro, hay dos llaves misteriosas. Mi
hermana Fa tiene la una, yo tengo la otra.
Otra me dijo:
-Mi nombre es La. Penúltima del
poema del Sonido. Soy despertadora de los dormidos y titubeantes instrumentos,
y la divina y aterciopelada Filomela descansa entre mis senos.
La última estaba silenciosa; yo
le dije:
-¡Oh tú, que estás colocada en el
más alto de los escalones de tu madre la Lira! Eres bella, eres buena,
fascinadora; deberás tener entonces un nombre suave como una promesa, fino como
un trino, claro como un cristal.
Ella me contestó dulcemente:
-Sí.
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