Entre letras...

Aquí encontraras lo mejor de la literatura universal, ya sea clásica o contemporánea. Desde reseñas, hasta recomendaciones, artículos y fragmentos de la obra de los escritores que han dejado su huella dentro de la memoria colectiva.

viernes, 26 de octubre de 2012

Si una noche de invierno un viajero...



Existen cosas que nunca quisieras que terminaran. Una cita romántica, un encuentro carnal, una obra de Verdi, un día especial; que se yo, cada persona de acuerdo a sus preferencias tiene su lista particular, a mí, por ejemplo, me gustaría que nunca terminara un buen libro, una buena trama, la vida tal vez.
Todo lo anterior viene a cuento, sería mejor decir “viene a novela”, porque hoy les quiero compartir a uno de mis autores italianos favoritos. El maestro Italo Calvino.
El libro que quiero que conozcan se titula “Si una noche de invierno un viajero”, libro en el cual el autor hace gala de su gran capacidad como cuentista en el marco de una novela, desarrollando 10 tramas diferentes, cada una con un estilo particular y con un manejo totalizador, al final concentrador, de cada elemento tan dispar.
Escenarios disimiles, personajes de distintas épocas, de variada índole psicológica, de regiones ubicadas al otro lado del mundo, llenos de virtudes o carentes de ellas.
En palabras del propio Calvino:

     «La empresa de tratar de escribir novelas “apócrifas”, que me imagino escritas por un autor que no soy yo y que no existe, la llevé a sus últimas consecuencias en este libro. Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el lector, que empieza diez veces a leer un libro que por vicisitudes ajenas a su voluntad no consigue acabar. Tuve que escribir, pues, el inicio de diez novelas de autores imaginarios, todos en cierto modo distintos de mí y distintos entre sí: una novela toda sospechas y sensaciones confusas; una toda sensaciones corpóreas y sanguíneas; una introspectiva y simbólica; una revolucionaria existencial; una cínico-brutal; una de manías obsesivas; una lógica y geométrica; una erótico-perversa; una telúrico-primordial; una apocalíptica alegórica. Más que identificarme con el autor de cada una de las diez novelas, traté de identificarme con el lector...»

Hay cosas que uno no quisiera que terminaran jamás, como cada uno de los diez capítulos que Italo escribió y que conforman la estructura de la novela.
Hay cosas que uno nunca quisiera que terminaran jamás, como “Si una noche de invierno un viajero…”, como la vida.
Antes de comenzar a leer, brinda una mirada a esta entrada cortesía de Canal 22 y su programa El Letrero sobre el tema de hoy.



I
Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: « ¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no te oyen: « ¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: « ¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!» O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.
Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro.
La verdad, no se logra encontrar la postura ideal para leer. Antaño se leía de pie, ante un atril. Se estaba acostumbrado a permanecer en pie. Se descansaba así cuando se estaba cansado de montar a caballo. A caballo a nadie se le ha ocurrido nunca leer; y sin embargo ahora la idea de leer en el arzón, el libro colocado sobre las crines del caballo, acaso colgado de las orejas del caballo mediante una guarnición especial, te parece atrayente. Con los pies en los estribos se debería estar muy cómodo para leer; tener los pies en alto es la primera condición para disfrutar de la lectura.
Bueno, ¿a qué esperas? Extiende las piernas, alarga también los pies sobre un cojín, sobre dos cojines, sobre los brazos del sofá, sobre las orejas del sillón, sobre la mesita de té, sobre el escritorio, sobre el piano, sobre el globo terráqueo. Quítate los zapatos, primero. Si quieres tener los pies en alto; si no, vuélvetelos a poner. Y ahora no te quedes ahí con los zapatos en una mano y el libro en la otra.
Regula la luz de modo que no te fatigue la vista. Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas sumido en la lectura ya no habrá forma de moverte. Haz de modo que la página no quede en sombra, un adensarse de letras negras sobre un fondo gris, uniformes como un tropel de ratones; pero ten cuidado de que no le caiga encima una luz demasiado fuerte y que no se refleje sobre la cruda blancura del papel royendo las sombras de los caracteres como en un mediodía del Sur. Trata de prever ahora todo lo que pueda evitarte interrumpir la lectura. Los cigarrillos al alcance de la mano, si fumas, el cenicero. ¿Qué falta aún? ¿Tienes que hacer pis? Bueno, tú sabrás.
No es que esperes nada particular de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; de los libros, de las personas, de los viajes, de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso es, precisamente porque lo has excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este placer juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los libros, donde te puede ir mal o ir bien, pero el riesgo de la desilusión no es grave.
Conque has visto en un periódico que había salido Si una noche de invierno un viajero, nuevo libro de Italo Calvino, que no publicaba hacía varios años. Has pasado por la librería y has comprado el volumen. Has hecho bien.
Ya en el escaparate de la librería localizaste la portada con el título que buscabas. Siguiendo esa huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los Libros Que No Has Leído que te miraban ceñudos desde mostradores y estanterías tratando de intimidarte. Pero tú sabes que no debes dejarte imponer respeto, que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros  Que Puedes Prescindir De Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aún De Haber Sido Escrito. Y así superas el primer cinturón de baluartes y te cae encima la infantería de los Libros Que Si Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son. Con rápido movimiento saltas sobre ellos y llegas en medio de las falanges de los Libros Que Tienes Intención De Leer Aunque Antes Deberías Leer Otros, de los Libros Demasiado Caros Que Podrías Esperar A Comprarlos Cuando Los Revendan A Mitad De Precio, de los Libros ídem De ídem Cuando Los Reediten En Bolsillo, de los Libros Que Podrías Pedirle A Alguien Que Te Preste, de los Libros Que Todos Han Leído Con Que Es Casi Como Si Los Hubieras Leído También Tú. Eludiendo estos asaltos, llegas bajo las torres del fortín, donde ofrecen resistencia
Los Libros Que Hace Mucho Tiempo Tienes Programado Leer,
Los Libros Que Buscabas Desde Hace Años Sin Encontrarlos,
Los Libros Que Se Refieren A Algo Que Te Interesa En Este Momento,
Los Libros Que Quieres Tener Al Alcance De La Mano Por Si Acaso,
Los Libros Que Podrías Apartar Para Leerlos A Lo Mejor Este Verano,
Los Libros Que Te Faltan Para Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería,
Los Libros Que Te Inspiran Una Curiosidad Repentina, Frenética Y No Claramente Justificable.
Hete aquí que te ha sido posible reducir el número ilimitado de fuerzas en presencia a un conjunto muy grande, sí, pero en cualquier caso calculable con un número finito, aunque este relativo alivio se vea acechado por las emboscadas de los Libros Leídos Hace Tanto Tiempo Que Sería Hora de Releerlos y de los Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te decidieses A Leerlos De Veras.
Te liberas con rápidos zigzags y penetras de un salto en la ciudadela de las Novedades Cuyo Autor O Tema Te Atrae. También en el interior de esta fortaleza puedes practicar brechas entre las escuadras de los defensores dividiéndolas en Novedades De Autores O Temas No Nuevos (para ti o en absoluto) y Novedades De Autores O Temas Completamente Desconocidos (al menos para ti) y definir la atracción que sobre ti ejercen basándote en tus deseos y necesidades de nuevo y de no nuevo (de lo nuevo que buscas en lo no nuevo y de lo no nuevo que buscas en lo nuevo).
Todo esto para decir que, recorridos rápidamente con la mirada los títulos de los volúmenes expuestos en la librería, has encaminado tus pasos hacia una pila de Si una noche de invierno un viajero recién impresos, has agarrado un ejemplar y lo has llevado a la caja para que se estableciera tu derecho de propiedad sobre él. Has echado aún un vistazo extraviado a los libros de alrededor (o mejor dicho, eran los libros los que te miraban con el aire extraviado de los perros que desde las jaulas de la perrera municipal ven a un ex compañero alejarse tras la correa del amo venido a rescatarlo) y has salido,
Es un placer especial el que te proporciona el libro recién publicado, no es sólo un libro lo que llevas contigo sino su novedad, que podría ser también sólo la del objeto salido ahora mismo de la fábrica, la belleza de la juventud con que también los libros se adornan, que dura hasta que la portada empieza a amarillear, un velo de smog a depositarse sobre el canto, el lomo a descoserse por las esquinas, en el rápido otoño de las bibliotecas. No, tú esperas siempre tropezar con una novedad auténtica, que habiendo sido novedad una vez continúe siéndolo para siempre. Al haber leído el libro recién salido, te apropiarás de esta novedad desde el primer instante, sin tener después de perseguirla, acosarla. ¿Será esta la vez de veras? Nunca se sabe. Veamos cómo empieza.


¿Te ha gustado lo que has leído? No esperes más para continuar. Para leer el libro completo pincha aquí.




lunes, 22 de octubre de 2012

Rubén Darío, los recuerdos, y Las siete bastardas de Apolo



En días recientes me he visto embargado por la nostalgia. He recordado muchos sucesos de mi vida, muchas personas, glorias pasadas.
He desempolvado viejos libros, pobres, algo olvidados.
He tratado de revivir cada mínimo detalle, cada gesto, cada risa, cada lagrima, cada yo.
Y llegó el momento cuando como un remolino se agolpó en mi memoria aquel tiempo en el que me dedicaba a la declamación y a la recitación.
Todo comenzó por que mi madre gusta del gran poeta nicaragüense Rubén Darío. Un día me dijo:
-Hijo, espero algún día pueda escuchar de tu voz “Los motivos del lobo”.
Al día siguiente comencé a trabajar en eso, quería darle la sorpresa a mi madre.
En una semana lo memoricé, en quince días lo sentí, en tres semanas lo hice mío, en un mes se lo recité a mi madre. En 15 años lo olvidé.
Solo recuerdo lo siguiente:

El barón que tiene corazón de Liz
Alma de querube, lengua celestial
El mínimo y dulce Francisco de Asís
Esta con un rudo y torvo animal…

Que débil es mi recuerdo por momentos.
Mis remembranzas son acompañadas por el Concierto para piano y orquesta Op. 16 del noruego Edvard Grieg, la compañía perfecta si de recuerdos se trata, intenten.


Creo que esa es la razón que me lleva a compartir con ustedes, lectores, amantes del genio creador, esta belleza de Rubén Darío, de nombre “Las siete bastardas de Apolo”.
Reminiscencias, música, belleza, nostalgia. Hoy es tiempo para el ayer. Sí.

Las siete bastardas de Apolo.

Las siete figuras aparecieron cerca de mí. Todas vestidas de bellas sedas; sus gestos eran ritmos, y sus aspectos armoniosos encantaban.
Al hablar, su lenguaje era musical; y si hubiesen sido nueve, habría creído seguramente que eran las musas del sagrado Olimpo. Había en ellas mucha luz y melodía, y atraían como un imán supremo.
Yo me adelanté hacia el grupo mágico, y dije:
-Por  vuestra belleza, por vuestro atractivo, ¿seréis acaso los siete pecados capitales, o quizá los siete colores del iris, o las siete virtudes, o las siete estrellas que forman la constelación de la Osa?
-¡No!- me contestó la primera-. No somos virtudes, ni estrellas, ni colores, ni pecados. Somos siete hijas bastardas del rey Apolo; siete princesas nacidas en el aire, del seno misterioso de nuestra madre la Lira.
Y adelantándose me dijo, además:
-Yo soy Do. Para ascender al trono de mi madre la sublime Reina, hay siete escalones de oro purísimo. Yo estoy en el primero.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Re. Yo estoy en el segundo escalon del trono. Mi estatua es mayor que la de mi hermana Do. Pero la irradiación de nuestros cabellos es la misma.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Mi. Tengo un par de alas de paloma, y revuelo sobre mis compañeras, desgranando un raudal de oro.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Fa. Me deslizo entre las cuerdas de las arpas, bajo los arcos de las violas, y hago vibrar los sonoros pechos de los bajos.
Otra me dijo:
-Mi nombre es Sol. Yo ocupo un escalon elevado en el trono de mi madre la Lira. Tengo nombre de astro y resplandezco ciertamente entre el coro de mis hermanas. Para abrir el secreto del trono en la puerta de plata y en la puerta de oro, hay dos llaves misteriosas. Mi hermana Fa tiene la una, yo tengo la otra.
Otra me dijo:
-Mi nombre es La. Penúltima del poema del Sonido. Soy despertadora de los dormidos y titubeantes instrumentos, y la divina y aterciopelada Filomela descansa entre mis senos.
La última estaba silenciosa; yo le dije:
-¡Oh tú, que estás colocada en el más alto de los escalones de tu madre la Lira! Eres bella, eres buena, fascinadora; deberás tener entonces un nombre suave como una promesa, fino como un trino, claro como un cristal.
Ella me contestó dulcemente:
-Sí.

lunes, 15 de octubre de 2012

¡NIKOLAI GOGOL!


Esta vez me gustaría compartir este texto del escritor ruso Nikolai Gogol, uno de mis cuentistas favoritos. Vino a mi mente este cuento, titulado El capote, ya que en días previos tuve una discusión con un tipo sobre cuestiones de orden social y económico. Fue una lástima saber que alguien que parecía tener aspiraciones más sensatas en la vida al final solo quiera dinero. En verdad pobre de ese tío. Puede que para intentar cambiar algo de la estructura actual o para alcanzar objetivos en los que cierta base social y económica son importantes, uno como individuo deba por un momento ser parte del sistema; eso no sería malo si solo fuera para tomar impulso y desarrollarse de una manera íntegra (intelectual, profesional, humana), vamos, solo verlo como un medio, y no como un fin; el problema radica al momento en que cualquier persona ve la acumulación de riqueza como el medio y el fin, el pináculo de la vida. Es una lástima ver que ese joven más allá del pensamiento capitalista, tenga su espíritu capitalista; tal vez algún día alcance su meta y este lleno de dinero y riquezas materiales, solo espero que no esté vacio como individuo, con la connotación más amplia y filosófica que esta palabra encierra. Una victoria más del sistema.
Todo lo anterior como preludio de este genial cuento, donde se ejemplifica claramente la lucha de clases, la inequidad, la injusticia social. Y en donde se notan las aspiraciones, frustraciones, sueños y anhelos de los oprimidos y explotados. Un cuento con una carga simbólica enorme, que hace reflexionar sobre las cuestiones de la vida, sobre insignificancias demasiado significativas.

Gogol.


Fragmento de El capote.


En el departamento ministerial de…, pero creo que será preferible no nombrarlo, porque no hay gente más susceptible que los empleados de esta clase de departamentos, los oficiales, los cancilleres..., en una palabra: todos los funcionarios que componen la burocracia. Y ahora, dicho esto, muy bien pudiera suceder que cualquier ciudadano honorable se sintiera ofendido al suponer que en su persona se hacía una afrenta a toda la sociedad de que forma parte. Se dice que hace poco un capitán de Policía -no recuerdo en qué ciudad- presentó un informe, en el que manifestaba claramente que se burlaban los decretos imperiales y que incluso el honorable título de capitán de Policía se llegaba a pronunciar con desprecio. Y en prueba de ello mandaba un informe voluminoso de cierta novela romántica, en la que, a cada diez páginas, aparecía un capitán de Policía, y a veces, y esto es lo grave, en completo estado de embriaguez. Y por eso, para evitar toda clase de disgustos, llamaremos sencillamente un departamento al departamento de que hablemos aquí.
Pues bien: en cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular. Era bajo de estatura, algo picado de viruelas, un tanto pelirrojo y también algo corto de vista, con una pequeña calvicie en la frente, las mejillas llenas de arrugas y el rostro pálido, como el de las personas que padecen de hemorroides... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tenía el clima petersburgués.
En cuanto al grado -ya que entre nosotros es la primera cosa que sale a colación-, nuestro hombre era lo que llaman un eterno consejero titular, de los que, como es sabido, se han mofado y chanceado diversos escritores que tienen la laudable costumbre de atacar a los que no pueden defenderse. El apellido del funcionario en cuestión era Bachmachkin, y ya por el mismo se ve claramente que deriva de la palabra zapato; pero cómo, cuándo y de qué forma, nadie lo sabe. El padre, el abuelo y hasta el cuñado de nuestro funcionario y todos los Bachmachkin llevaron siempre botas, a las que mandaban poner suelas sólo tres veces al año. Nuestro hombre se llamaba Akakiy Akakievich. Quizá al lector le parezca este nombre un tanto raro y rebuscado, pero puedo asegurarle que no lo buscaron adrede, sino que las circunstancias mismas hicieron imposible darle otro, pues el hecho ocurrió como sigue:
Akakiy Akakievich nació, si mal no se recuerda, en la noche del veintidós al veintitrés de marzo. Su difunta madre, buena mujer y esposa también de otro funcionario, dispuso todo lo necesario, como era natural, para que el niño fuera bautizado. La madre guardaba aún cama, la cual estaba situada enfrente de la puerta, y a la derecha se hallaban el padrino, Iván Ivanovich Erochkin, hombre excelente, jefe de oficina en el Senado, y la madrina, Arina Semenovna Belobriuchkova, esposa de un oficial de la Policía y mujer de virtudes extraordinarias.
Dieron a elegir a la parturienta entre tres nombres: Mokkia, Sossia y el del mártir Josdasat. «No -dijo para sí la enferma-. ¡Vaya unos nombres! ¡No!» Para complacerla, pasaron la hoja del almanaque, en la que se leían otros tres nombres, Trifiliy, Dula y Varajasiy.
-¡Pero todo esto parece un verdadero castigo! -exclamó la madre-. ¡Qué nombres! ¡Jamás he oído cosa semejante! Si por lo menos fuese Varadat o Varuj; pero ¡Trifiliy o Varajasiy!
Volvieron otra hoja del almanaque y se encontraron los nombres de Pavsikajiy y Vajticiy.
-Bueno; ya veo -dijo la anciana madre- que este ha de ser su destino. Pues bien: entonces, será mejor que se llame como su padre. Akakiy se llama el padre; que el hijo se llame también Akakiy.
Y así se formó el nombre de Akakiy Akakievich. El niño fue bautizado. Durante el acto sacramental lloró e hizo tales muecas, cual si presintiera que había de ser consejero titular. Y así fue como sucedieron las cosas. Hemos citado estos hechos con objeto de que el lector se convenza de que todo tenía que suceder así y que habría sido imposible darle otro nombre.
Cuándo y en qué época entró en el departamento ministerial y quién le colocó allí, nadie podría decirlo. Cuantos directores y jefes pasaron le habían visto siempre en el mismo sitio, en idéntica postura, con la misma categoría de copista; de modo que se podía creer que había nacido así en este mundo, completamente formado con uniforme y la serie de calvas sobre la frente.
En el departamento nadie le demostraba el menor respeto. Los ordenanzas no sólo no se movían de su sitio cuando él pasaba, sino que ni siquiera le miraban, como si se tratara sólo de una mosca que pasara volando por la sala de espera. Sus superiores le trataban con cierta frialdad despótica. Los ayudantes del jefe de oficina le ponían los montones de papeles debajo de las narices, sin decirle siquiera: «Copie esto», o «Aquí tiene un asunto bonito e interesante», o algo por el estilo como corresponde a empleados con buenos modales. Y él los cogía, mirando tan sólo a los papeles, sin fijarse en quién los ponía delante de él, ni si tenía derecho a ello. Los tomaba y se ponía en el acto a copiarlos.
Los empleados jóvenes se mofaban y chanceaban de él con todo el ingenio de que es capaz un cancillerista -si es que al referirse a ellos se puede hablar de ingenio-, contando en su presencia toda clase de historias inventadas sobre él y su patrona, una anciana de setenta años. Decían que ésta le pegaba y preguntaban cuándo iba a casarse con ella y le tiraban sobre la cabeza papelitos, diciéndole que se trataba de copos de nieve. Pero a todo esto, Akakiy Akakievich no replicaba nada, como si se encontrara allí solo. Ni siquiera ejercía influencia en su ocupación, y a pesar de que le daban la lata de esta manera, no cometía ni un solo error en su escritura. Sólo cuando la broma resultaba demasiado insoportable, cuando le daban algún golpe en el brazo, impidiéndole seguir trabajando, pronunciaba estas palabras:
-¡Dejadme! ¿Por qué me ofendéis?
Había algo extraño en estas palabras y en el tono de voz con que las pronunciaba. En ellas aparecía algo que inclinaba a la compasión. Y así sucedió en cierta ocasión: un joven que acababa de conseguir empleo en la oficina y que, siguiendo el ejemplo de los demás, iba a burlarse de Akakiy, se quedó cortado, cual si le hubieran dado una puñalada en el corazón, y desde entonces pareció que todo había cambiado ante él y lo vio todo bajo otro aspecto. Una fuerza sobrenatural le impulsó a separarse de sus compañeros, a quienes había tomado por personas educadas y como es debido. Y aun mucho más tarde, en los momentos de mayor regocijo, se le aparecía la figura de aquel diminuto empleado con la calva sobre la frente, y oía sus palabras insinuantes.

Para leer el cuento completo pincha aquí.
Por último les dejo un booktrailer del cuento (es hermoso), cortesía de nordicalibros.


jueves, 11 de octubre de 2012

And the Literature 2012 Nobel Prize goes to...

MO YAN.



Mo Yan nació en el 17 de febrero de 1955, en el condado de Gaomi, en la provincia de Shandong. Su verdadero nombre es Guan Moye. Decidió apodarse Mo Yan que significa ‘No hables’, debido a que en su niñez fue aconsejado por sus padres para no hablar, pues le advirtieron que cualquier palabra dicha en un mal momento podría dañarlo mucho a él o a su familia. Sin duda, un apodo así, en un país como China es más que significativo.
Su obra literaria es una mezcla de “realismo alucinatorio, cuentos populares, historia y contemporaneidad”. Así lo refiere el comunicado del premio:
“Con una mezcla de fantasía y realidad, de perspectiva histórica y social, Mo Yan ha creado un mundo que en su complejidad recuerda a los de escritores como William Faulkner y Gabriel García Márquez, tomando al mismo tiempo como punto de partida la tradición literaria china y la cultura narrativa popular”.
Su primera novela fue Lluvia en una Noche de Primavera, publicada en 1981. A la par de su ingreso a la Escuela de Arte y Literatura, escribió El rábano transparente, su primer éxito. Después siguió Sorgo Rojo, llevada al cine en 1987.
También es autor de las novelas Las baladas del ajo, La vida y la muerte me están desgastando, Tanxiangxing y Grandes Pechos, Amplias Caderas, obra que abarca una historia desde el siglo 17 hasta la época de Mao, y que fue prohibida por el gobierno chino.
Su más reciente novela salió a la luz en el 2009, fue traducida al español como Rana y aborda las consecuencias que tiene en China la imposición de la política ‘del hijo único’.”
Curiosamente, cuando hace cuatro años se le preguntó sobre sus posibilidades de ganar un premio Nobel, él contestó “Quizá dentro de 100 años (…) Es un premio occidental, es difícil para los extranjeros comprender la literatura china. Además, es compleja de traducir a otros idiomas”.
BY: EL UNIVERSAL.

Les dejo un fragmento de su obra "Las baladas del ajo".

Una doctora vestida de blanco apareció en la puerta, con las manos protegidas por unos guantes de goma que le llagaban a la altura del codo, por donde resbalaba, principalmente, un reguero de gotas de sangre. El hombre corrió a su encuentro.
-¿Qué ha sido doctora?
-Una niñita.
Al escuchar que era padre de una pequeña, el hombre se tambaleó un par de veces hasta caer de espaldas, golpeándose ruidosamente la cabeza contra las baldosas, que dio la sensación de romper.
-¿Qué problema hay? – comentó la doctora.- Los tiempos han cambiado y las niñas son iguales que los niños. ¿De dónde proceden los hombres si no es de las mujeres?¿O es que salen de debajo de una piedra?
Lentamente, el hombre se puso de pie, como si estuviera en trance. A continuación, comenzó a gemir y a sollozar, como si estuviera loco, y acentuaba sus llantos con gritos de reproche:
-¡Zhou Jinhua, maldita mujer inútil, mi vida se ha arruinado por tu culpa!.
Sus gritos se unieron a los sonidos del llanto que se escuchaba en el interior: Gao Yang pensó que se trataba de Zhou Jinhua. La ausencia de llanto del bebé le desconcertó. Jinhua no habría sido capaz de ahogar a su propio bebé ¿Verdad?
Entre ahora mismo – ordenó la doctora – y ocúpese de su esposa y de su hijo. Hay más personas esperando.
El hombre se puso torpemente de pie y se arrastró hacia el interior. Unos minutos después salió con un fardo en la mano.
-Doctora – dijo mientras se detuvo en el umbral de la puerta – ¿conoce a alguien a quien le gustaría tener a una niña? ¿Podría ayudarnos a encontrarle un hogar?
-¿Pero es que en vez de corazón tiene una piedra? – preguntó enojada la doctora – Llévese a su hija y trátela bien. Cuando cumpla los dieciocho años puede conseguir al menos diez mil por ella.
"

Para terminar este post he aquí un fragmento del film de 1987 "Sorgo rojo", el cuál pueden encontrar a la renta en su blockbuster favorito.




lunes, 8 de octubre de 2012

La otra faceta de Borges.


Mundialmente reconocido por su capacidad inventiva e imaginativa, así como por la erudicción de su lenguaje, pocos saben que también incursionó como guionista de cine y como compositor de tangos.
Junto a su compatriota y amigo, Bioy Casares, escribió el guion para una joyita de la narrativa y fotografía cinematográfica de los años sesenta.  Me refiero a la película titulada Invasión, del director Hugo Santiago. Ampliamente recomendada, es una obra maestra, tanto como por el libreto como por el arte.
Pero lo que me atañe en este post no es la película en sí, sino un elemento que aparece dentro de ella. El elemento en cuestión es un tango fenomenal escrito por Borges, llamado Milonga de Manuel Flores, con música del gran Aníbal Troilo.
Así que sin más, se los dejo a consideración. El video es tomado directamente de la película. Algo tan directo, sublime, sencillo, con un manejo del lenguaje como solo Jorge Luis Borges podría imaginar.


Para los otros la fiebre
y el sudor de la agonía,
Para mí, cuatro balas
cuándo este clareando... el día.

Manuel Flores va a morir,
eso es moneda corriente;
morir es una costumbre
que sabe tener la gente.

Y sin embargo me cuesta
decirle adiós a la vida,
esa cosa tan de siempre,
tan dulce y tan conocida.

Miro en el alba mis manos,
miro en las manos las venas;
con extrañeza las miro
como si fueran ajenas.

Mañana vendrá la bala
y con la bala el olvido;
lo dijo el sabio Merlín:
morir es haber nacido.

¡Cuántas cosas estos ojos
en su camino habrán visto!
Quién sabe lo que verán
después que me juzgue Cristo.

Para los otros la fiebre
y el sudor de la agonía,
Para mí, cuatro balas
cuándo este clareando... el día.



domingo, 7 de octubre de 2012

Tarumba...


Para algo de tal magnitud no se necesita presentación, en un domingo lleno de quietud, Tarumba de Sabines (completo), a su salud.


TARUMBA (1956, Jaime Sabines).
Yo voy con las hormigas
Entre las patas de las moscas.
Yo voy con el suelo, por el viento,
En los zapatos de los hombres,
En las pezuñas, las hojas, los papeles;
Voy a donde vas Tarumba,
De donde vienes, vengo.
Conozco a la araña.
Sé eso que tú sabes de ti mismo
Y lo que supo de tu padre.
Sé lo que me has dicho de mí.
Tengo miedo de no saber, de estar aquí como mi abuela
Mirando la pared, bien muerta.
Quiero ir a orinar a la luz de la luna.
Tarumba, parece que va a llover.

A LA CASA DEL DÍA ENTRAN GENTES Y COSAS,
Yerbas de mal olor,
Caballos desvelados,
Aires con música,
Maniquíes iguales a muchachas;
Entramos tú, Tarumba, y yo.
Entra la danza. Entra el sol.
Un agente de seguros de vida
Y un poeta.
Un policía.
Todos vamos a vendernos, Tarumba.

AY, TARUMBA, TÚ YA CONOCES EL DESEO.
Te jala, te arrastra, te deshace.
Zumbas como un panal.
Te quiebras mil y mil veces.
Dejas de ver mujer cuatro días
Porque te gusta desear,
Te gusta quemarte y revivirte,
Te gusta pasarles la lengua de tus ojos a todas.
Tú, Tarumba, naciste en la saliva,
Quien sabe en qué goma caliente saliste.
Te castigaron con darte sólo dos manos.
Salado Tarumba, tienes la piel como una boca
Y no te cansas.
No vas a sacar nada.
Aunque llores, aunque te quedes quieto
Como un buen muchacho.

LA MUJER GORDA, TARUMBA,
Camina con la cabeza levantada.
El cojo le dice al idiota: Te alcancé.
El boticario llora por enfermedades.
Yo los miro a todos desde la puerta de mi casa,
Desde el agua de un pozo,
Desde el cielo,
Y sólo tú me gustas, Tarumba,
Que quieres café y que llueva.
No sé qué cosa eres,
Cuál es tu nombre verdadero,
Pero podrías ser mi hermano o yo mismo.
Podrás ser también un fantasma,
O el hijo de un fantasma,
O el nieto de alguien que no existió nunca.
Porque a veces quiero decirte: Tarumba,
¿En dónde estás?

EN ESTE PUEBLO, TARUMBA,
Miro a todas las gentes todos los días.
Somos una familia de grillos.
Me canso.
Todo lo sé, lo adivino, lo siento.
Conozco los matrimonios, los adulterios,
Las muertes.
Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar,
Cuándo bajan los zopilotes al mercado,
Cuándo me voy a morir yo.
Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen,
Curarse en las cantinas,
Besarse en los cines,
Menstruar,
Llorar, dormir, lavarse las manos.
Lo único que no sé es cuándo nos iremos,
Tarumba, por un subterráneo,
Al mar.

A CABALLO, TARUMBA,
Hay que montar a caballo
Para recorrer este país,
Para conocer a tu mujer,
Para desear a la que deseas,
Para abrir el hoyo de tu muerte,
Para levantar tu resurrección.
A caballo tus ojos,
El salmo de tus ojos,
El sueño de tus piernas cansadas.
A caballo en el territorio de la malaria,
Tiempo enfermo,
Hembra caliente,
Risa a gotas.
A donde llegan noticias de vírgenes,
Periódicos con santos,
Y telegramas de corazones deportivos como
     Una bandera.
A caballo, Tarumba, sobre el río,
Sobre la laja de agua, la vigilia, la hoja frágil del sueño
(Cuando tus manos se despiertan con nalgas),
Y el vidrio de la muerte en el que miras
Tu corazón pequeño.
A caballo, Tarumba,
Hasta el vertedero del sol.

OIGO PALOMAS EN EL TEJADO DEL VECINO.
Tú ves el sol.
El agua amanece,
Y todo es raro como estas palabras.
¿Para qué te ha de entender nadie, Tarumba?,
¿Para qué alumbrarte con lo que dices
Como con una hoguera?
Quema tus huesos y caliéntate.
Ponte a secar, ahora, al sol y al viento.

SI ALGUIEN TE DICE QUE NO ES CIERTO,
Dile que venga,
Que ponga sus manos sobre su estomago y jure,
Que atestigüe la verdad de todo.
Que mire la luz en el petróleo de la calle,
Los automóviles inmóviles,
Las gentes pasando y pasando,
Las cuatro puertas que dan al este,
Las bicicletas sin nadie,
Los ladrillos, la cal amorosa,
Las estanterías a tu espalda cayéndose,
Las canas en la cabeza de tu padre,
El hijo que no tiene tu mujer,
Y el dinero que entra con la boca llena de mierda.
Dile que jure en el nombre de dios invicto
En el torneo de las democracias,
Haber visto y oído.
Porque ha de oír también el crimen de los gatos
Y un enorme reloj al que dan cuerda pegado a
          Tu oreja.

¿QUÉ PUTAS PUEDO HACER CON MI RODILLA,
Con mi pierna tan larga y tan flaca,
Con mis brazos, con mi lengua,
Con mis flacos ojos?
¿Qué puedo hacer en este remolino
De imbéciles de buena voluntad?
¿Que puedo con inteligentes podridos
Y con dulces niñas que no quieren hombre sino
     Poesía?
¿Qué puedo entre los poetas uniformados
Por la academia o por el comunismo?
¿Qué, entre vendedores o políticos
O pastores de almas?
¿Qué putas puedo hacer, Tarumba,
Si no soy santo, ni héroe, ni bandido,
Ni adorador del arte,
Ni boticario,
Ni rebelde?
¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo
Y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

SOBRE LOS OJOS, SOBRE LOS LOMOS, CAE
Como una bestia lenta,
Pesa,
Respira el agua,
Se extiende en la cara de las cosas,
Agobia.
Nace en el corazón del aire
Y envejece en el tiempo,
Tesoro de las piedras,
Riñón del árbol,
Casa de los ancianos,
Trompeta de la muerte.
Animal disperso,
Se congrega bajo el sol,
Abre la tierra, chupa,
Despelleja los ríos,
Espanta a las hormigas,
Duerme al gato,
Y a ti te hace un nudo de víbora
O un huevo aplastado.
Este calor benigno, reparador del mundo,
Te entierra a golpes, Tarumba-clavo.

ESTOS DÍAS, IGUALES A OTROS DÍAS DE OTROS AÑOS,
Con gentes iguales a otras gentes,
Con las mismas horas y los mismos muertos,
Con los mismos deseos,
Con inquietud igual a la de antes;
Estos días, Tarumba, te abren los ojos,
El viento largo y fino te levanta.
No pasa nada, ni estás solo.
Pasas tú con el frío desvelado
Y pasas otra vez. No sabes dónde,
A dónde, para qué.
Oyes recetas de cocina,
Voceadores, maullidos.
¡Fiestas de la barriga, navidad, año nuevo,
Qué alegres estamos,
Qué buenos somos!
Tú, Tarumba, te pones tus alas de ángel
Y yo toco el violín.
Y el viejo mundo aplaude con las uñas
Y derrama una lágrima, y sonríe.

LO QUE SOÑASTE ANOCHE,
Lo que quieres, está
Tan cerca de tus manos, tan imposible
Como tu corazón,
Tan difícil como apretar tu corazón.
Lo que anoche, Tarumba, viento de sueño,
Sombra de sueño, creció arrebatándote,
Era tu paz, era
La larga música del vidrio de tus venas.

Ahora tienes el rostro como un espejo quebrado.
De araña a araña vas, como una mosca,
De día a día zumbas, cabeza de mil ojos,
Mano con pelo, bocabierta, tarugo.
No creces nada,
Ni siquiera naces.
Chupas de la botella de la muerte
Y me dices ¡salud! Entre hipo e hipo.

QUIÉN SABE EN QUÉ RINCÓN DEL TRAGO,
A qué horas, pensaste
Que la vida era maravillosa.
Te pusiste tu cara de idiota
Y te alegraste.
Sentiste que ibas a ser papá.
Amaste lo elemental. Hablaste
A las piedras, y sacaste del bolsillo
El resplandor de santo con que te ves tan bien.
Todos dijeron: ¡A un lado!
Y pasaste en silencio, sobre la adoración.

Desde esa vez andas de mal humor.
Te molestan las gentes
Y aun dentro del sueño
No miras nada.
Adelgazas como el viento
Y oyes voces con el corazón.
Eres, casi, tu estatua.
¡Alabado sea Dios!

TE PUSE UNA CABEZA SOBRE EL HOMBRO
Y empezó a reír;
Una bombilla eléctrica,
Y se encendió.
Te puse una cebolla
Y se arrimo un conejo.
Te puse mi mano
Y estallaste.

Di cuatro golpes sobre tu puerta
A las doce de la noche
Con el anillo lunar,
Y me abrió la sabana que tiene cuerpo de mujer,
Y ente a lo obscuro.

En el agua estabas como una serpiente
Y tus ojos brillaban con el verde que les
     Corresponde a esas horas.
Entró el viento conmigo
Y le subió la falda a la delicia, que se quedó
     Inmóvil.
El reloj empezó a dar la una
De cuarto en cuarto, con una vela en la mano.
La araña abuelita tejía
Y la novia del gato esperaba a su novio.
Afuera, Dios roncaba.
Y su vara de justicia, en manos del miedo ladrón,
Dirigía un vals en la orquesta.
Me soplaste en el ombligo
Y me hinche y ascendí entre los ángeles.
Pero tuve tiempo de ponerme la camisita
Y los zapatitos con que me bautizaron.
Tú quedaste como un cigarro ardiendo en el suelo.

¡ALELUYA!
¿Qué pasa?
Hay una escala de oro invisible
En la que manos invisibles ascienden.
Llevo una flor de estaño en el ojal de la camisa.
Estoy alegre.
Me corto un brazo y lo dejo señalando el camino.
Una mujer embarazada se sienta sobre una silla
     Y aplaude
Al jugador de tenis que juega solo.

Tomo el café del sábado.
Me destapo los ojos de un balazo
¡Y arriba!

ESTO ES DIFÍCIL
Pero si pones atención aprenderás a hacerlo.
Te sacas la lengua poco a poco
Y la enrollas en el carrete de hilo negro.
Guardas tus ojos en un barril de vino
Y en la bodega, junto a los estantes,
Llamas a Dios tres veces:
Cabalabula-bulacábala-bulabo.
(Para el domingo: domincus-erectur-mintus.
Para el jueves: Jovis-jorovis-multilovis.)
Entonces, sobre la tierra,
Los hombres empiezan a volar como los
     Ángeles.
En los mercados venden la felicidad.
Los niños son los jueces.
En todas las esquinas hay una caja de música
Y una pila de agua.
Los gatos pasean del brazo a las ancianas ratas
Y tú, delgado como una sonrisa, sueñas.

    (Paréntesis: el antiguo mirar
     De una mujer de negro.
     Una mujer antigua,
     Un negro sin tiempo.
     Sonata en tiempo negro
     Escrita para mujer desvestida de negro.)

Esto se echó a perder, Tarumba.

LA PRIMERA LLUVIA DEL AÑO MOJA LAS CALLES,
Abre el aire,
Humedece mi sangre.
¡Me siento tan a gusto y tan triste, Tarumba,
Viendo caer el agua desde quién sabe,
Sobre tantos y tanto!
Ayúdame a mirar sin llorar,
Ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón
Para que crezca como la planta del chayote
O como la yerbabuena.
¡Amo tanto la luz adolescente
De esta mañana
Y su tierna humedad!
¡Ayúdame, Tarumba, a no morirme,
A que el viento no desate mis hojas
Ni me arranque de esta tierra alegre!

AMANECE LA SANGRE DOLIÉNDOME
Y el cigarro amargo.
La herida de los ojos abierta para el alcohol del sol.
Y una fatiga, un cansancio, un remordimiento
   De estar vivo.
¿A quién le hago el juego, Tarumba?

(Perdóname. Tú sabes que digo estas cosas por
     Decir algo.
Es un remordimiento de estar muerto.)

Mi mujer y mi hijo esperan allí fuera,
Y yo me quejo.
Voy a comprar unas frutas para los tres;
Me gusta ver que mi hijo brinca en el vientre de
     Su madre
Al olor remoto de los mangos.

(Cuando nazca mi hijo, Tarumba, tú le vas a
Enseñar los árboles y los caballos.)

MIRAS PASAR, TARUMBA, EL RÍO DEL MUNDO,
Las cabezas, los brazos,
Los escorzos, las bocas.
Miras pasar a los amantes separados
Y a los sabios del odio,
Los dueños de la soledad,
Nadando en gritos,
Ahogándose en la espuma de su sangre.
En el fondo, piedritas y raíces
Sopla el agua y arrastra.
¿Me miras?, ¿me reconoces?, ¿me descifras?
Yo puedo, Tarumba, ser un pulpo,
Una araña del agua,
O una burbuja.
Puedo ser una hormiga.
O puedo ser un ojo grande con dos patas pequeñas
Y una cola.
Trabajo has de tener para encontrarme,
Pero si le pisas el callo a un ángel, yo grito,
Y si molestas al lagarto con prédicas de buena
     Voluntad,
Te daré un colazo.
Pertenezco a la clase de los anfibios,
De los que pueden vivir también al aire.
¿No ves mi corazón, vejiga inflada,
Y mis ojos, hinchados, que se me salen?

QUEBRADO COMO UN PLATO
Quebrado de deseos, de nostalgias, de sueños.
Yo soy este que quiere a fulana el día trece de
     Cada mes
Y este que llora por la otra y la otra cuando las
     Recuerda.
¡Qué deseo de hembras maduras
Y de mujeres tiernas!
Mi brazo derecho quiere una cintura
Y mi brazo izquierdo una cabeza.
Mi boca quiere morder y besar y sacar lágrimas.
Voy del placer a la ternura
En la casa del loco,
Y enciendo veladoras
Y quemo mis dedos como copal
Y canto con el pecho una ronca canción obscura.
Estoy perdido y quebrado
Y no tengo nada ni nadie,
Ni puedo hablar, ni sirve.
Sólo puedo moverme
Mientras me cae la ceniza
Y me caen piedras y sombras.

VA A SER VARÓN PORQUE LA MADRE TIENE EL VIENTRE
     Pronunciado
Hacia adelante. Éste es un signo inconfundible.
Me lo han dicho cinco comadronas de larga
     Experiencia.
Va a ser varón porque se mueve del lado derecho
Y porque no da sueño.
Va a ser varón porque el abuelo lo quiere.
Y el tío lo quiere, y yo, el padre, lo quiero.
¡Tiene que ser varón!

¿Y por qué varón?
¡Tarumba!

SOLAMENTE DE VEZ EB CUABDO, O A DIARIO,
Pensándolo, o cuando menos lo pienso,
Detrás de mí y en medio o por delante,
Estoy arruinado, contrito, tapándome
Con una manta el corazón
Y mis muelas.
Me cae la flor de la bugambilia
Y me cae el viento
Y me cae mi madre
--y mi padre, y mi mujer y mi hijo—
Y me levanto con el nombre ajado
Y recojo mi lengua llena de hormigas.
Vivo bien.
No tengo queja de nada ni de nadie.
Sólo que a veces, cuando viene el agua
Me mojo a media calle
Y cada día me parezco más a un poste.
Alguien me va a decir alguna cosa,
La va a sacar de algún costal de mentiras,
Y desde entonces voy a ser feliz y triste.
Hoy, de ladrón no paso,
Ni paso de vivo.

CORRIENDO DE UNA ANTORCHA A OTRA,
Apagando los montes,
Apagando la obscuridad que reza como una bruja
En los hoyos,
Y sacando el pelo a los fantasmas de las casas
     Solas,
¡Mírame, Tarumba, qué ágil,
Qué robusta tuberculosis,
Qué guadaña manejo en tu nombre!
Sic tránsit, agente de la roña,
Estoy alegre como a veces
Y te doy mi mano encendida.

De todas partes de mi cuerpo viene
Esta alegría,
Y voy y vamos a mi boca, al tiempo,
Para ser arrestados.
¿Qué quieres que haga para no reírme?
A las once tienen sueño las moscas
Y yo no soy profundo mucho tiempo.
Coral de estrellas, luna redonda,
Voy a bucearte, aire, mientras me duermo.
Sobre una cuerda floja,
De vacío a vacío, allí ando.
Llevo palomares en el corazón
Para todos los días.
Suelto rosas y clavos.
Digo palabras y sueños.
Sobre una cuerda floja,
De balcón a balcón.
De mano a mano de lo innombrable.

MIENTRAS COMO UN RÁBANO Y TOMO UNA CERVEZA
A la hora del calor, me acuerdo
Del sueño de anoche.
Siento un bienestar erudito en la lengua
De la sal y del beso.
¡Con qué suavidad la unté sobre mi cuerpo!
¡Con qué yodo de amor la quise!
La tengo todavía, penetrada,
Sola de mí, perfecta,
Hecha para mis brazos y mi boca.
Con el calor, a solas, la recuerda mi vientre,
Más fiel que mi corazón, y la desea.
El dulce viento me despierta en las ingles
Su contacto, su aroma, su innumerable amor.

¡QUÉ ALEGRÍA DEL CUERPO LIBERADO, TARUMBA,
En el amanecer después de la lluvia,
Con el manso estar del aire penetrándote
Y a la mano de tus ojos el cerro con nubes!

Gozosa piel, hora temprana,
Luz tierna sonando como una campana.

Antes de que salga el sol criminal
Vamos a correr por el pastizal,
Vamos a mojarnos las piernas, los brazos,
La boca, los pájaros,
Y a dejar el sueño sobre la maleza
Con ojos abiertos como una cabeza.

Vámonos, Tarumba, antes de que brote
El chorro del sol guajolote
Y queme las hojas y chupe y reseque
La tierra y el alma al téquerreteque.

Yo llevo a mi hijo, tú llevas un gallo
Atado a la cola de un rayo;
Jugamos los cuatro, mientras la neblina
Se roba la sombra como a una sobrina,
Y, el barro en las piernas haciendo de bota,
Tiramos la risa como una pelota.

Un árbol se acerca, un río se calla,
Y dice un conejo: ¡malhaya!
Y un burro de palo rebuzna y cocea
En medio de todos untado de brea.

¡El monte, la lluvia, la paja,
El cielo que sube y que baja!
¡La sangre caliente, la boca repleta,
Y el mundo sonando como una trompeta!

DESPUÉS DE LEER TANTAS PÁGINAS QUE EL TIEMPO
     Escribe con mi mano,
Quedo triste, Tarumba, de no haber dicho más,
Quedo triste de ser tan pequeño
Y quedo triste y colérico de no estar solo.
Me quejo de estar todo el día en manos de las
     Gentes,
Me duele que se me echen encima y me aplasten
Y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos,
O mirar si mis piernas están completas.
“Abandona a tu padre y a tu madre”
Y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano
Y métete en el costal de tus huesos
Y échate a rodar, si quieres ser poeta.
Que no te esclavicen ni tu ombligo ni tu sangre,
Ni el bien ni el mal,
Ni el amor consuetudinario.
Tienes que ser actor de todas las cosas.
Tienes que romperte la cabeza diariamente
Sobre la piedra, para que brote el agua.
Después quedarás tirado a un lado
Como un saco vacío
(Guante de cuero que la mano de la poesía usó),
Pero también quedarías tirado por nada.
Yo me quejo, Tarumba, de estar sirviendo a la
     Poesía y al diablo.
Y a veces soy como mi hijo, que se orina en la
     Cama,
Y no puede moverse, y llora.

SÓLO EN SUEÑOS,
Sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
A ciertas horas, cuando cierro las puertas
Detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
Y ahora estoy preso en su sortilegio,
Atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
En la casa abandonada, y te amo mil veces
De la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
Nos esperan todas las noches como una vieja cama
Y hay cosas en lo obscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
Y mis manos adoran tu pelo
Y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
Y con mi boca en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
Sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
Y entre mis brazos sólo queda tu sombra.

AHÍ VIENE UN GALOPE SUBTERRÁNEO,
Viene un mar rompiendo,
Viene un ventarrón de Marte.
(Alguien ha de explicarme
Por qué no suceden tantas cosas.)
Viene un golpe de sangre
Desde mis pies de barro,
Vienen canas en busca de mi edad,
Tablas flotando para mi ataúd.
(El Rey de Reyes come un elote, espera,
Se prueba unas sandalias de hoja de plátano.)
Viene mi abuelita Chus,
Que cumplió trece desaños,
Trece años en la muerte,
Trece años para atrás, para lo hondo.
Me visitan Tony, Chente, mi tía Chofi,
Y otros amigos enterrados.
Pienso  en Tito, jalando de la manga a su muerte
Y ésta no haciendo caso.
Viene Chayito dolorosa
Con su hoja de menta
Y con un caballito para mi hijo.
Y viene el aguacero más grande de todos los
     Tiempos
Y el miedo de los rayos,
Y tengo que subirme a un arca transformado en
     Buey
Para la vida dichosa que nos espera.

CABALABULA NUEVAMENTE.
Algo tiene que decirse a estas horas.
Voy en busca de pan.
Voy a ganar dinero.
Voy buscando un lugar donde caerme muerto.
Traigo la canasta del mercado
Con verduras y carne
Y una bolsa de arroz y un manojito de flores
     Silvestres,
Pero vengo pensando en mi marido que no llegó a
     Dormir anoche.

Yo voy a la escuela
Con mi cuaderno sin tareas.
Yo estoy de paso y nomás miro.
Y este mezquino dolor en la cabeza
Metiéndose como un ratón en su agujero.
¿En dónde estará?, ¿qué estará haciendo?
Me muero de mujer a estas horas.
Cabalabula, Tarumba-
En mi vida de perro camino pegado a la pared.
El viento se tuesta la espalda al sol.
Con la mano más larga de las que tengo
Me busco, husmeo mi cráneo en el cajón de la basura.

EN MEDIO DE LOS REMOLINOS, TARUMBA,
Quisiera escribir mi testamento:
Te dejo a ti la virtud que no tengo,
A ti mi cabellera,
A ti mi primer libro,
A ti mis uñas.
Estoy tan definitivamente ahíto,
Tan envenenado, tan podrido,
Tan cayéndome en costras,
Que no quiero ya un pedazo de esta vida feliz
Ni un trozo de eternidad para roer.
En medio de estos remolinos otra vez,
Sacudido de cóleras inútiles,
Hundido en el estiércol inefable,
Minuciosamente asesinado,
Me acuesto a las seis de la tarde pensando en las
     Horas que vienen.
Oigo una gota, tomo un trago,
Pienso en el cadáver que haría,
Me estiro.
¿Qué testamento escribiré algún día?
No te dejo nada.
Te dejo nada más mi entierro.

QUIERO QUE ME SOCORRAS, SEÑOR, DE TANTA SOMBRA
Que me rodea, de tanta hora que me asfixia.
Quiero que me socorras. Nadie, de esta intranquila
Supervivencia, de esta sobremuerte agotadora.
Quiero que me hundas, Padre, de una vez para
     Siempre
En tu caldera de aceite.
Quiero, hijo, que me entierres, bajo piedra y lodo,
Y una plancha de acero, sin un árbol.
Quiero que todos griten por mí,
Quiero que me acompañen y me auxilien
Antes de caerme a mis pies.
(Sobre mis zapatos me voy a caer
Como si me quitara el traje.)

Quiero que tu divina presencia, Comecaca,
Apuntale mi espíritu eterno.
Quiero que el coro de las estrellas
Cacofónicas truene.

Quiero que el viento me recorra de norte a sur,
De este a siempre.
Quiero crecer como una piedra regada todas las
     Mañanas
Por el jardinero sol.

LE VENDÍ AL DIABLO,
Le vendí a la costumbre,
Le vendí al amor consuetudinario,
Mi riñón, mi corazón, mis hígados.
Se los vendí por una pomada para los callos,
Y por el gusto,
Y por sentirme bien.
Nadie, desde hoy, podrá decirme
Poeta vendido.
Nadie podrá escarbar y jalarme los huesos.
Estoy con la República de China Popular.
Le curo las almorranas a Neruda,
Escupo a Franco.
(Nadie podrá decir que no estoy en mi tiempo.)
Detrás del mostrador soy el héroe del día.
Yo soy la resistencia. Oídme.
Soporto el hundimiento.
Desde el balcón nocturno miro al sol.
Desde la empalizada submarina.

DUÉRMETE, MI NIÑO, CON CALENTURA,
Con dolor de cabeza.
Estírate.
Duérmete con todo el cuerpo, niño,
Envidia de los ángeles,
Hijito enfermo.
Duérmete sin el grillo,
Sin la aguja,
Sin hambre.
Duérmete hasta mañana.
Duérmete, duérmete.
Vámonos a dormir,
A dormirnos.
El tubo de la noche, estírate.
Que se diga que Julio se duerme.
(Porque en la noche viene Tará
Y te quita la enfermedad.
Luego encendemos el sol
Con un cerillo de alcohol.)
Pero duérmete mi niño,
Mi pedacito, a dormir,
A dormirse ya.
(Don Julito el fanfarrón,
Don Julito es un fregón.)

Voy a sacudir tu cama:
Que no tenga calentura
Ni dolor de barriga
Ni pulgas.
Aquí pongo este letrero
Contra los mosquitos:
Que nadie moleste a mi hijo.
Vamos a cantar:
Tararí, tatá.
El viejito cojo
Se duerme con sólo un ojo.
El viejito manco
Duerme trepado en un zanco.
Tararí, totó.
No me diga nada usted:
Se empieza a dormir mi pie.
Voy a subirlo a mi cuna
Antes que venga la tía Luna.
Tararí, tuí,
Tuí.


Recomendable la antología poética que publicó el Fondo de Cultura Económica en el 2004, adquiéranla y deleiten sus sentidos.